Alpinismo. Collaradeta. 14 de Mayo. Crónica.
Lo que los griegos clásicos llamaban «hybris» era lo más parecido a lo que nosotros conocemos como pecado. Era el intento, la más de las veces irracional, de rebelarse contra su propio destino y superar sus límites humanos. A menudo ese impulso le conducía a la «ate», la desmesura, y era consecuentemente castigado por ello por la divinidad.
No os aburriré con ejemplos. Baste sólo uno y cercano a nuestra cultura judeocristiana pero suficientemente helenizada: Adán y Eva quisieron comer del árbol de la ciencia y saberlo todo y fueron por ello expulsados del Paraíso. El domingo madrugamos, mucho, a las 6.30 era la cita. 1.500 metros de desnivel por delante, un horario que cumplir (nada hay más largo que un domingo sin vermut): nuestros límites puestos a prueba, los dioses observando recelosos. Nada les molesta más que un puñado de mortales intentando emularlos.
Nosotros serenos y confiados. Alguno, en un arrebato de desmesura, de «ate», pretendía subir en alpargatas.
Y subimos, como hay que subir, con cadencia, paso de dromedario le llaman. Permite hablar, incluso reir con algún ingenioso chiste.
«El que amontona las nubes» (así llama Homero a Zeus con frecuencia) no faltó a la cita. Creímos por un momento que nuestra soberbia había provocado su ira. Pero no. Sólo nos recordó lo que eramos: 13 amigos que humildemente subieron juntos 1.500 metros, que llegaron a la cima del Collaradeta y no se olvidaron de las preceptivas libaciones a los dioses tutelares, a los que habitan el Olimpo, con vino acarreado en bota, parecido al que Odiseo dio a probar al cíclope.
Además de la foto, claro.
Aún sobró tiempo después de comer de asomarnos al precipicio que domina el circo de Ip. Y de regresar al punto de partida en tiempo y forma. El vermut.
Por un instante nos sentimos casi dioses, semidioses, nos creímos con todo el derecho a serlo. La hybris se nos llevó por delante.
Y no fuimos castigados por ello.